sábado, 28 de agosto de 2010

Vacaciones en familia

Este verano nos hemos ido a Galicia, a nuestra casita. El viaje duró dos días ya que paramos a dormir en Burgos. Llegamos a las siete de la tarde y hacía un frío que se hacía notar con nuestro atuendo de Barcelona (manga corta y pantaloncito corto). A pesar de eso, desafiamos el frío para aprovechar el parquecito que había para que Miquel se quitara el anquilosamiento del viaje. El niño era el único que llevaba una buena chaqueta a mano para ponerse. Después de cenar fuimos a la habitación a descansar pero Miquel no estaba muy dispuesto a ello. Al tener la cuna de viaje del hotel sólo lo podía dormir Jordi ya que yo no lo podría meter después en la cuna sin pedirle ayuda. Pero al ver que no había manera se pasó al plan b para que el conductor descansara algo: Colecho con mami. Sin barrera de cama ni nada (decidimos no cogerla por no practicar ya el colecho). Increíblemente, Miquel se durmió en seguida en mi pecho pero se giró y estuvo a punto de caer de la cama. Lo cogí sin problemas pero con el grito instintivo que pegué lo espabilé y ahí empezó el baile. Miquel no encontraba la postura y me molía las costillas. Después de un rato eterno descubrí que lo que tanto le molestaba era mi almohada. Al apartarla, se durmió enseguida bajo mi brazo rodeándolo. No lo moví en toda la noche. A las siete se levantó Jordi fresco como una lechuga, el niño dormía a pierna suelta pero yo estaba cansada, sólo había hecho un duermevela por vigilar al niño. Jordi pasó el niño a la cuna y pude descansar bien hasta las nueve.

Después de comer en el asador de Villamañán fuimos a los aseos, allí estaba el cambiador de bebés en el baño de discapacitados a pesar de tener unos servicios a parte hechos a la altura de niños ¿no sería más lógico que estuviera allí? De nuevo, la incongruencia nos llevó a orinar en familia. El día anterior, en las paradas de servicio de autopista como Ars el cambiador se encontraba aparte desvinculado de cualquier servicio de hombres, mujeres o discapacitados (el tercer sexo).
Llegamos al pueblo a media tarde. Allí me tuve que enfrentar a la ya conocida inadaptación del pueblo y de mi propia casa. El andador que tan bien me fue en las paradas y en el hotel aquí lo utilizo dentro de casa, ya veremos si me atrevo a utilizarlo fuera de casa. Mi casa tiene pocas escaleras en comparación con el resto de casas del pueblo, pero haberlas, haylas y para no desentonar con el resto ¡sin barandillas! Estos días en el pueblo han sido duros en ese sentido. No tenía autonomía para salir de casa, llevar el andador por el pueblo me destrozaba las muñecas. Dentro de casa tenemos muy pocas cosas por no empezar aun las obras y no he encontrado (ni buscado) la camarera para llevar cosas de un lado al otro como hago en mi piso. Así que me encuentro limitada o se me complica mucho hacer cualquier cosa. Eso por no hablar que sólo teníamos agua utilizable en el cuarto de baño y la cocina sin luz. Aun así, teníamos agua caliente, un microondas y ¡un lector de dvd!. La cuna de viaje que compramos con abertura en el lateral por si yo necesitaba sacar al niño, nos cupo justita al lado de nuestra cama. También tenemos un pequeño calefactor para las frías noches gallegas ¿qué frías noches gallegas? ¿Dónde quedaron? El nórdico que tenemos allí porque aquí (Barcelona) ya ni lo ponemos, lo tuvimos que quitar la segunda noche, ya que con la sábana bastaba. Algo impensable hace sólo dos años. Todos los días con un sol do carallo que agotaba.

Estar en el pueblo con el niño siempre me ha supuesto un reto mental muy fuerte. Quisiera quitarme el san benito de discapacitada que necesita ayuda y conseguir demostrar a todo el mundo que cuido de mi hijo perfectamente. Algo absurdo, sinceramente pero es algo superior a mí. Y justamente en ese momento me encuentro con más barreras que en todo el resto del año que me impiden hacer cosas que aquí hago sin problemas. Cambiarle los pañales en la cama a Miquelet sería fácil si tuviera sitio alrededor para poner una silla y una silla con ruedas para llevar el niño hasta allí.

Cada año que he veraneado allí he tenido estos problemas pero ahora más que nunca me frustra tener que recibir ayuda cuando es mi hijo quien me necesita. Quizá mi ambición personal ha crecido, no me conformo con recibir ayuda de todos, quiero hacer las cosas por mí misma y por mi hijo. Este sentimiento me bloquea y me hace sufrir pero me alivia leer en Inteligencia maternal de Katherine Ellison (Destino, 2005) que es algo común que la ambición y el afán de superación se dispare en las madres. De pronto, mi discapacidad se vuelve insoportable como si acabara de adquirirla. El andador por los caminos del pueblo me destroza las muñecas (es de dos ruedas y dos tacos). No puedo ir del brazo de Jordi por que este ha de controlar al peque que va cual caballo desbocado por los caminos del pueblo. Los tirantes los ha utilizado alguna vez pero tampoco es plan de ir siempre con ellos. Sin contar con los ataques repentinos de bracitis de Miquel. Espero llevar el año que viene un andador de cuatro ruedas o una silla-bici. No sé si será demasiado para el cuerpo, pero pienso hacerme parte de una vía verde con una bicicleta adaptada para discapacitados antes de comprármela para Galicia. Si, lo sé, loca de remate.
Ir a casa de familiares suponía subir y bajar bastantes escaleras y Miquel se lo tomaba de mucho mejor humor que su madre ¡le encantaba! Es algo que ya domina a la perfección. No le daban ningún miedo ni las vacas ni los perros. Y era para morirse de risa verlo correr detrás de las gallinas de mi tía abuela. Todas las noches durmió de un tirón excepto un par de ellas en las que intenté el colecho sin más resultado que mis costillas aplastadas ¡lástima! Es lo que pasa cuando te despistas y alguien la da al niño dos galletas de chocolate a las ocho de la tarde (Miquel no come aun chocolate). Aunque el abanico gastronómico de Miquel ha aumentado bastante: le encanta la empanada, el pulpo, la sopa, la bica… Y le fascina el manejo del tenedor aunque sea para comer pan. También le parece muy divertido dar de comer a la mamá aunque ésta cierre la boca, él insiste apretando la comida contra mis labios, ríe cuando lo como y a por otro trozo para dármelo. En julio empezó a dar besitos con las manos pero en el pueblo se lanzó a dar besitos con la boca ¡es un amor!
Seguimos con el pecho. Miquel es autosuficiente para sacarme la teta lleve la ropa que lleve, en cualquier momento que lo coja en brazos. A veces me siento un poco molesta por esto, me suena a cachondeo, ya que no parece que tenga hambre pero si lo coge mami ¡teta fuera! Y me ha extrañado bastante que en unos pueblos rurales se considere algo caprichoso y fuera de lugar que un niño de 18 meses aun mame. Mientras que donde yo vivo, se ve como algo normal y natural, allí he escuchado palabras de asombro al verlo mamar o comentarios como “debes destetarlo”, “es muy mayor para la teta”, ”mi niño nunca quiso la teta”. Miquelet odiaba la teta los primeros tres meses… Me parece muy triste que haya tan poco apoyo a la lactancia materna en un sitio donde se supone que la experiencia de abuelas y madres es más fuerte que en otros sitios. Hasta yo misma he pensado que quizá sea una buena idea dejarlo para no hacer top less involuntario en cualquier sitio pero es una razón demasiado débil. Aunque pienso que hay más capricho que necesidad por parte de Miquel, seguiremos con la teta.